
21 Feb ¿La música nos hace más felices?
Nos despertamos por la mañana (hasta no hace mucho con un tono agudo que iba aumentando progresivamente de intensidad y frecuencia, aunque hoy en día disfrutamos de melodías o ambientes sonoros de la naturaleza que nos permiten empezar el día sin sobresaltos) y sin pensarlo dos veces vamos directos a la ducha (no sin conectar antes por bluetooth, la música de nuestro móvil en un novedoso aplique de leds…cosas de la tecnología). Desayunamos, mientras escuchamos música o las últimas noticias del día (depende si queremos estar de mejor o peor humor) y, una vez en el coche conectamos de nuevo el equipo de audio para escuchar música mientras nos dirigimos al trabajo. ¿Alguien se siente identificado?
La música forma parte de nuestras vidas, no cabe duda alguna, y nos influye de una manera muy importante. Los científicos explican que la música activa nuestro sistema de recompensa cerebral modificando los niveles de determinados neurotransmisores -esas moléculas denominadas mensajeros químicos que facilitan la transmisión de los potenciales de acción de una neurona a otra, a través de los espacios sinápticos- y que tienen una relación directa con nuestro estado de ánimo.
A través de complejos estudios con tomografía de emisión de positrones (PET) se ha comprobado que la música que nos place, en ese preciso instante en el que nos inundan los escalofríos, la “dopamina” aumenta un 6% sus niveles habituales en una parte muy ancestral del cerebro denominada núcleo accumbens. A consecuencia, experimentamos esa sensación de placer, de éxtasis, de forma similar al que percibimos cuando comemos un bombón de chocolate (si nos gusta, claro), durante una relación sexual deseada o ante la ingesta de drogas, como la cocaína. En todos estos casos, se “ilumina” el núcleo accumbens sin diferenciar el origen de dicha estimulación. Es nuestro “centro de placer” situado en una zona denominada estriado ventral y relacionada con el sistema límbico, gestor de nuestras emociones.
La respuesta que ofrecemos a la música, como seres individuales, no es totalmente automática ni predecible -sino actuaríamos meramente como robots- pues depende de muchas variables “personales”. A efectos estadísticos, pueden deducirse respuestas emocionales ante ciertos patrones rítmicos, melódicos, pero a nivel individual, la respuesta depende, en mayor grado de nuestros recuerdos, vivencias, experiencias, nivel de formación, el entorno en el que vivimos,…Todo ello ha ido conformando nuestros gustos personales, es decir, nos ha dotado de determinados “filtros” a través de los cuales percibimos lo que ocurre a nuestro alrededor. Recordemos que nuestro cerebro cambia segundo a segundo pues así lo hace el entorno en el que vivimos. Por ello la misma obra musical (con los mismos parámetros musicales) no agrada por igual a distintas personas o incluso a la misma persona, pasado un tiempo, ya no le causa el mismo efecto. La obra musical es la misma pero hemos cambiado nosotros porque se han modificado las variables de nuestro entorno y ello afecta a nuestras percepciones.
Una de las grandes fortalezas de la música es su capacidad de evocar emociones afectando especialmente al estado de ánimo y los actos conductuales que puedan derivarse. Ello es utilizado para investigar sobre nuevas aplicaciones: terapéuticas, para mejorar la calidad de vida; educacionales (para mejorar determinadas funciones cognitivas); y laborales (para mejorar la productividad). Cuando escuchamos música que nos place, nos hace sentir bien y ese estado cerebral facilita que utilicemos de forma más eficaz nuestros recursos.
Conociendo la influencia que ejerce en nosotros la música, es una herramienta más que podemos utilizar en beneficio propio: para aumentar nuestra vitalidad, en momentos bajos, mientras practicamos deporte (para mejorar nuestro rendimiento), para tranquilizarnos y reducir la ansiedad y el estrés, para iniciar aquél informe que tanta pereza nos da o para disfrutar simplemente de ella,…
¿La música nos hace felices? Sí, la música nos puede aportar momentos de felicidad, pero no es la música en sí sino nuestra respuesta a ella. Si no fuera así, la misma obra musical produciría el mismo efecto en todas las personas, es decir, nuestra respuesta sería plana, nada parecido con la realidad. La respuesta está “ponderada” por las variables personales citadas anteriormente. Pero, recordemos que la música es un instrumento y como tal, en función de su uso puede proporcionarnos momentos de felicidad (no olvidemos que la felicidad no es un estado permanente) o, por el contrario, puede perjudicarnos. Si no fuera así no se utilizaría como medio de tortura, como consta en los documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y como algunos excarcelados de Guantánamo manifestaron a los medios de comunicación hace ya algunos años.
Y es que…el ser humano es muy complejo, con unos 30 billones de células, 86.000 millones de neuronas en el cerebro y billones de posibles conexiones entre ellas, quedan aún varios cientos de años, según notables científicos, para poder comprender en su totalidad el funcionamiento del cerebro.
Nietzsche decía que “la vida sin música sería un error”…y yo añadiría que “si la música no existiera, el ser humano acabaría inventándola”, pues ¿os podéis imaginar la vida sin música?
Jordi A. Jauset, Ph.D
Artículo publicado en Tecnonews, 21-02-2018
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